CARTA DE UNA CONCEJALA DE URBANISMO 

Viendo las noticias, he sentido una extraña sensación de vergüenza. Desde políticos a banqueros que han expoliado este país, pasando por empresarios, constructores, secretarios, duques, asesores, pantojas y teddys bautistas con la SGAE… Toda una fauna ibérica pendiente de catalogar, pero dignos merecedores de que su extinción supusiera un balón de oxigeno para el Estado español.

Aquella España profunda que veíamos en blanco y negro, aunque sus crónicas se escribían en rojo, se me antoja moderna al lado de todos estos rancios especímenes que han vivido a todo color, he incluso, han sido votados, venerados, aplaudidos y agasajados por algunos compatriotas míos, ignorando que algún día como el de hoy estaríamos vomitando el banquete que ellos se comieron.

Desde hace poco más de año y medio, soy Concejala de Urbanismo del Ayuntamiento de Siete Aguas. A los pocos días de la toma de posesión me entregaron unas tarjetas de visita que pocas semanas más tarde escondí en el fondo de un cajón. Admito que si entonces sentía vergüenza del área que obstentaba, hoy, se ha acrecentado. Pero, por qué urbanismo si mis escasos conocimientos se dirimen más hacia cultura. Porque amo a mi pueblo y esta era mi oportunidad para que se dejara de jugar con él al Monopoly. Porque un pueblo no debe de crecer a placer de los constructores que llegan con un proyecto lleno de intereses, que aún ilegal, por un puñado de billetes el concejal o alcalde de turno pueden modificar y convertirlo en legal. No tengo asesores, y quizá por eso he tenido que pasarme noches enteras aprendiéndome las normas urbanísticas. Descifrando palabras que hasta ahora no habían formado parte de mi argot laboral, y todo esto sin cobrar ni un euro, más que a veces orgullo y otras, por qué no decirlo, cansancio de trabajar por Siete Aguas.

Por eso siento vergüenza, aunque ajena, pero vergüenza, porque esos mal nacidos pero bien pagados, que un día decidieron dedicarse a la política para enriquecerse y dentro de su pobreza intelectual confundieron los términos, han traicionado a los ciudadanos que depositaron en ellos su confianza. El político se debe al pueblo, no el pueblo al político y mucho menos creerse tan omnipotentes para hipotecar los servicios básicos como son la educación y la sanidad y cómo no, el derecho al trabajo.

La borrachera económica de unos cuantos ha tocado fondo, mientras que la resaca la estamos sufriendo el resto sin haber probado ni una sola gota de ese maldito licor llamado avaricia desmedida.

Ana Muñoz González

CONCEJALA DE LA COALICIÓ COMPROMÍS EN EL AYUNTAMIENTO DE SIETE AGUAS